Este domingo, estábamos aburridos en casa y me bajé un rato con Ignacio a poner el motor en marcha un rato, estaba anocheciendo y estaba la mar como un plato, sin una gota de viento.
Salimos con las luces de navegación puestas, de paso para comprobar la carga de las pilas, simplemente a dar una vuelta, pero se me ocurrió que era un buen día para entrenar la maniobra de hombre al agua por primera vez.
Cuando estábamos sobre el páramo, pues estaba la marea alta, amarré la caña y me fui a la proa con Ignacio, cogí una boya que tengo en el pozo de fondeo y le dije a Ignacio:
Cuando estábamos sobre el páramo, pues estaba la marea alta, amarré la caña y me fui a la proa con Ignacio, cogí una boya que tengo en el pozo de fondeo y le dije a Ignacio:
- ¿Ves esta boya?
- Imagínate que soy yo, que me caigo al agua...
Acto seguido, tiré la boya al agua mientras el barco seguía su rumbo hacia Peñacabarga. Ignacio me miró ojiplático. Al principio no entendía nada. Se lo volví a repetir y le dije que sobre todo, no corriese por la cubierta y que no perdiese de vista la boya. Se fue a la caña, la desató y le fui dando instrucciones. El pobre, cada vez que se agachaba en la bañera a manejar el motor, no veía nada más y perdía el rumbo. Al final conseguimos rescatar a la boya con el bichero, bastante rápido, teniendo en cuenta que nunca había manejado el motor.
Ya estamos a punto de recoger al caído. |
La cabeza del hombre al agua, con la baliza de luz. Todavía no hemos dado la vuelta. |
En teoría, si la rabiza está amarrada al barco, debe ser lo suficientemente larga y se debería desadujar sin trabarse, con la resistencia del flotador en el agua pero se crean dos obligaciones:
- El barco debería dar la vuelta antes de que el cabo empiece a tirar del flotador y alejarlo del hombre en el agua.
- El hombre al agua debería poder agarrar el flotador a tiempo y no perder el contacto con el barco.